domingo, 11 de marzo de 2018

La palabra imposible no está en el diccionario

La Virgen de las Lágrimas es trasladada a su paso desde la iglesia del monasterio de Santa Clara 

Tiempo de Cuaresma (XXVI)
La palabra imposible no está en el diccionario

Basta mirarles las caras para comprender el ánimo que les movía a hacer posible lo que parecía imposible. Era Lunes Santo en Santa Clara. Probablemente 1950, el año que la Virgen de las Lágrimas estrenaba el manto de estrellas bordadas en plata sobre terciopelo azul que había hecho María Teresa Degiuli con las aportaciones de los primeros cofrades y miembros de Junta de Gobierno. Y era un nuevo Lunes Santo en el que no había imponderable que pudiera frenar a los Estudiantes en la lucha contra la angostura de la puerta del monasterio. Por ella sólo cabía el paso de la Señora. Mejor dicho, medio paso. Todo, menos Ella. Porque mientras la Virgen de los Clavitos esperaba en el interior de la iglesia del cenobio, sus cofrades ponían todo el empeño en sacar a la calle el canasto donde poco después sería entronizada. Minutos antes, esos mismos cofrades habían sacado el paso de la Magdalena, sin zancos, a pulso, rozando el suelo, y también el del Cristo de las Misericordias, tumbado en un precario equilibrio sólo resuelto cuando por fin se pisaba la calle Santa Clara y el soberbio Crucificado del Bambú era izado sobre el paso, en un ejercicio de riesgo que sumaba mil dificultades.
Salir de la iglesia del cenobio ya suponía un reto importante para el que
todas las manos de ayuda eran pocas
El paso salía a la calle a medio montar, a la espera de que
llegaran las andas con la Señora
Apenas era cuestión de minutos, pero eran minutos interminables, de una eternidad que sólo rompía la presencia de la Virgen de las Lágrimas cuando aparecía bajo el dintel de la puerta de la iglesia de Santa Clara y comenzaba su descenso hacia el patio cubierto de toldos que la resguardarían en caso de lluvia. En ese momento, todos los detalles estaban previstos. Ella iba sobre una sencilla parihuela preparada al efecto, con el exorno floral ya colocado, y todo dispuesto para hacerlo deslizar por las guías que permitían colocarla sobre el paso que la esperaba en la calle con el resto de las flores, los jarrones, la pobre y escasa candelería y los candelabros, en aquel momento de luz eléctrica.
Cuentan quienes lo vivieron que la intensidad del momento era inenarrable e inolvidable. Y no mentían. Las imágenes son suficientemente elocuentes. Y acaso muestren sólo una parte ínfima del empuje cuajado de fervor de aquel puñado de muchachos que dieron el primer soplo de vida a la Cofradía de los Estudiantes. De aquel puñado de muchachos que, en un nuevo y casi desvergonzado desafío a lo imposible, fueron incluso capaces de construirle un dosel no menos increíble, un palio de flores, para que Nuestra Señora de las Lágrimas aún fuese más reina en la tarde noche del Lunes Santo de Jaén.
Una vez concluido el montaje del paso, Nuestra Señora de las Lágrimas comienza su caminar del Lunes Santo por las calles de Jaén. Atrás quedan los muros del Real Monasterio de Santa Clara



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