viernes, 23 de marzo de 2018

La sombra que maneja la gubia


Calvario que corona el retablo del Monasterio de la Concepción de La Puebla de
Montalbán (Toledo), obra de Juan de Solís

Tiempo de Cuaresma (XXXVIII)
La sombra que maneja la gubia

Nuestro Padre Jesús
Nazareno
Cristo del Monasterio
la Concepción 
El nombre de Martínez Montañés, así sin el Juan de pila, ha sido de antiguo el cajón de sastre en el que han ido cayendo sin demasiado rubor las atribuciones de cuanta imaginería de buena calidad hay diseminada por Andalucía, particularmente de aquella que se relaciona con las cofradías y que, por tanto, tiene una proyección, digamos, pública.
Ha ocurrido así desde siempre en Sevilla, donde el alcalaíno vivió, trabajo y murió en 1649. Hasta que de los archivos fueron exhumados nombres que por entonces sonaban poco o nada, caso de Juan de Mesa y Francisco y Andrés de Ocampo, por mucho que todos ellos tuvieran relación de algún tipo con el llamado "dios de la madera", a quien acabaron reduciendo la nómina de obras atribuidas.
Algo parecido ocurrió en Jaén, donde "todo lo bueno" era de Montañés. Hasta que, a mediados de los años setenta del pasado siglo, comenzó a moverse el nombre de Sebastián de Solís, un manchego afincado en Jaén, donde dejó numerosas obras de calidad, tanto en la capital como en la provincia. 
Pero con Solís ocurrió un poco lo de Montañés. "Todo lo bueno" pasó a ser suyo, extremo en el que no todos estamos de acuerdo. Y sin sustento documental que diga lo contrario, algunos mantenemos que no "todo lo bueno" es de Sebastián de Solís, singularmente la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de cuyo autor han ido siempre detrás los historiadores locales.
Cristo del Calvario de Jaén
Nuestro Padre Jesús
A este respecto mantengo una discrepancia notable, y así lo dejé dicho en el libro "Jaén, clave en la escultura de los Siglos de Oro", publicado hace dieciséis años.
Y digo esto porque desde siempre se ha pretendido establecer una correlación entre el Cristo del Calvario y Nuestro Padre Jesús. Claro está, partiendo de la base, errónea, de que todas las imágenes de la Congregación del Santo Sepulcro las hizo Sebastián de Solís. 
Y aquí viene la controversia, porque, aun aceptando la mano de Sebastián de Solís, está claro que esa sombra artística no llega a todas las imágenes; ni llega a la Virgen de los Dolores, que según Jesús Palomero responde a un modo de hacer muy posterior a los años finales del siglo XVI, ni llega al Cristo del Calvario, la gran coartada para llevar el nombre de Sebastián de Solís a la autoría de Nuestro Padre Jesús.
Y digo esto porque son bastantes las dudas que, a priori -luego veremos las demás-, planean sobre el Cristo del Calvario. Por lo pronto, físicas, ya que se trata de una imagen que no concuerda en sus medidas con los ladrones que lo acompañan y que sí tienen las características artísticas de Sebastián de Solís en modelado, cabellos y plegado de los sudarios. El Cristo del Calvario es significativamente más pequeño que Dimas y Gestas, ya que mide sólo 1,43 metros. Y también hay un argumento teológico: en el conjunto, Dimas se dirige a Jesús, le habla, pero el Cristo del Calvario no sólo es un Cristo muerto, sino que incluso ha recibido ya la lanzada. Litúrgicamente, aquello no se sostiene, y no hay escultor de los Siglos de Oro que caiga en semejante error, ni autoridad eclesiástica de la época que lo permita
Sudario del Cristo del Calvario de la
Congregación del Santo Sepulcro
Sudario del Cristo del Monasterio de
la Concepción
¿Quién lo hizo, y, por tanto, quién pudo tallar a Nuestro Padre Jesús?
La respuesta, siempre sujeta a que aparezca un documento que diga lo contrario, es Juan de Solís, el hijo escultor y clérigo de Sebastián de Solís, que no solo trabajó junto con Montañés en la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, sino que alcanzó tal renombre artístico que el propio duque de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, se convirtió en su protector.
Fruto de ello fueron numerosas obras de Juan de Solís para Burgos y Madrid, además de la diócesis de Toledo, a la que probablemente llegó entre los "ilustres sacerdotes" de Jaén que acompañaron en 1599 al cardenal Sandoval y Rojas, tío del duque de Lerma. Y son precisamente algunas de esas obras las que apuntan por sus características y grafismos artísticos hacia Juan de Solís como autor del Cristo del Calvario. Basta comparar, por ejemplo, el sudario del Cristo jiennense con el del que corona el retablo del monasterio de la Concepción de La Puebla de Montalbán, en Toledo. Las similitudes son impresionantes, no sólo en los pliegues, sino en el modo de sujetar el paño de pureza con una especie de tira de cuero y en la forma de dejar la pierna al descubierto, con un "triángulo" de paño en la parte superior. Lo que no puede compararse entre uno y otro son los nudos del sudario, ya que al Cristo del Calvario le fue mutilado en algún momento, como han demostrado las restauraciones a que ha sido sometido, probablemente para colocarlo en la urna del Sepulcro, en aquella desaparecida ceremonia del Descendimiento de la que hablamos ayer mismo.
Calvario del retablo del Monasterio
de La Ascensión de Lerma
Queda, en último lugar, el rostro. A las fotos me remito, particularmente en el caso de La Puebla del Montalbán, pero esta vez no para compararlo con el Cristo del Calvario, sino con la imagen de Nuestro Padre Jesús, con el que mantiene un parecido más que notable, no sólo estético, sino en el tratamiento del cabello y el detalle de la oreja izquierda al descubierto, una grafía que tanto se percibe en el Cristo que corona el retablo del monasterio de La Puebla de Montalbán como en el de la Ascensión de Lerma, en Burgos, también obra de Juan de Solís.
Lo dicho, a falta de documentación, hablan los rasgos estéticos y las fotografías. 
Que cada cual saque la conclusión que le parezca.

© José L. García

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