martes, 30 de enero de 2018

Alberto y Ascen, veinte años ya


Unas manos blancas en Don Remondo

Hoy se cumplen veinte años y aún lo recuerdo como el primer día. Cuando transito por la calle Don Remondo, todavía me sobrecoge el husillo de la esquina con Cardenal Sanz y Fores por el que aquella noche se perdía la sangre inocente de Alberto. Y sigo recordando su corpachón de hombre bueno derrumbado sobre los adoquines, embutido en su sempiterno abrigo azul marino. Y aquellas manos blancas... tan blancas que parecían llevar guantes, cuando lo que ya no llevaban era sangre, que se derramaba por aquel agujero hacia el corazón de Sevilla.
El teléfono había sonado mientras conciliaba el primer sueño. Era Carlos Bernal, el redactor jefe de noche.
—Ha habido un tiroteo en el barrio de Santa Cruz y hay dos muertos —me dijo—. Mira a ver qué puedes averiguar.
No pensé en ETA. Era difícil. Y eso que los asesinos lo habían intentado otras veces y siete años antes consiguieron colar en la vieja cárcel de Sevilla un paquete bomba que dejó atrás una estela de cuatro muertos y numerosos heridos. Pero aquella noche no se me pasó por la cabeza.
Al menos hasta que un amigo me dio, sin querer, una clave que heló mi sangre.
—Ha sido en la esquina de Don Remondo con Cardenal Sanz y Fores.
Algo se encendió en mí atropelladamente y unas palabras llegaron instintivamente a mi garganta:
—Allí vive Alberto Jiménez Becerril —le dije, incrédulo, a Lucía, mi esposa, que seguía con preocupación el atropellado aluvión de llamadas telefónicas.
Diez minutos más tarde, con el corazón a mil por hora, la moto devoraba el espacio hasta llegar a la plaza Virgen de los Reyes. Allí parecía que no había ocurrido nada. No había ningún otro periodista, ni despliegue de Policía; sólo un patrullero y algunos coches que luego resultaron ser vehículos camuflados.
Don Remondo estaba discretamente cortada. En medio, en el breve trayecto que separa la plaza de la esquina donde los asesinos etarras habían acabado con Alberto, el furgón de la funeraria ya albergaba el cuerpo de Ascensión García Ortiz.
Por aquel punto era imposible pasar y volé sobre los pies para dar la vuelta por Abades y entrar por Cardenal Sanz y Fores. Allí estaba Luis Miguel Martín Rubio, delegado de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento, cuyos ojos enrojecidos no se apartaban del cadáver de Alberto, su íntimo amigo. No hicieron falta palabras. Sólo hubo un abrazo de duelo. El sello criminal de ETA era incuestionable.
Los asesinos sorprendieron al matrimonio cuando regresaban de tomar una copa, como todos los jueves, con amigos del Partido Popular en un pub cercano. Podían haber elegido a otros, pero fue a ellos a quienes al final optaron por seguir casi hasta la puerta de su casa, donde dormían sus tres pequeños, Ascensión, Alberto y Clara.
Ascen llevaba en las manos cuatro flores, probablemente regaladas por su marido como testimonio del cariño que públicamente se profesaban. Todas quedaron junto al cuerpo de Alberto cuando intentó auxiliarlo después de que un único disparo le alcanzara la sien derecha.
El que tenía a gala ser «alcalde» de Triana y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla sintió la amenaza y se volvió hacia su asesino. A su espalda descubrió a Mikel Azurmendi, que apretó el gatillo de la pistola que llevada a menos de medio metro de la cabeza del edil. El proyectil la atravesó y fue a impactar contra el muro del Palacio Arzobispal, donde una lápida recuerda desde entonces el doble asesinato.
Ascensión no tuvo mucho más tiempo. Horrorizada, quiso ayudar a su marido y gritó pidiendo auxilio. Un disparo efectuado por el segundo de los asesinos, José Luis Barrios, selló su voz para siempre. El proyectil le alcanzó en la base de la nuca. Su cuerpo quedó caído de bruces junto al de Alberto y fue el primero en ser retirado.
Eso impidió que Soledad Becerril pudiera verla.
Cuando la alcaldesa de Sevilla llegó a calle Cardenal Sanz y Fores era una mujer deshecha, soñolienta y con el cabello alborotado que aún no se creía lo que estaba viendo. Aquella noche vi llorar a Soledad por primera vez; la segunda sería aquel mismo maldito año de 1998, cuando un ventarrón cerró diciembre llevándose por delante la vida de cinco personas, aplastadas por el muro del Bazar España, en la avenida de Miraflores.
En la esquina de Don Remondo, poco podía hacerse ya. Luismi y algunos otros acompañamos a la alcaldesa a su casa, apenas a ciento cincuenta metros del lugar del asesinato.
Todos teníamos demasiadas cosas que hacer.
Poco más tarde, la detenida rotativa de ABC de Sevilla escupía sobre la memoria de ETA con un titular que despertó a toda España: «ETA asesina en Sevilla al concejal del PP Alberto Jiménez Becerril y a su esposa».
A esa misma hora, con el cuerpo y el alma cansados después de contemplar al amigo asesinado y haber cumplido con mi trabajo de periodista, el destino aún me aguardaba otra de sus burlas, que sólo descubrí meses más tarde. A esa misma hora, repito, de retorno a mi domicilio, pasé sin saberlo ante la fachada del bloque en cuyo primer piso los asesinos de ETA tenían su guarida y celebraban su última “hazaña”.

P.S. Publiqué este artículo hace ocho años en ABC de Sevilla. Hoy lo recupero con alguna corrección al cumplirse veinte años del vil asesinato de Alberto Jiménez Becerril y su esposa, Ascensión García Ortiz. Aquella imborrable noche, como periodista, me vi en la obligación de enfrentarme a la tragedia. Hoy, el recuerdo sigue vivo, como entonces, y las palabras y los sentimientos tienen igual vigencia.

Una placa recuerda el vil asesinato de Alberto y Ascen a escasos metros del lugar
donde cayeron asesinados por ETA en la calle Don Remondo



jueves, 18 de enero de 2018

La gran señora


La gran señora

Da igual el tiempo que tenga la fotografía. Da igual que sea en blanco y negro o en color. Lo que en ella vale es que, aún hoy, la perspectiva no ha cambiado demasiado y que desde el pequeño mirador de la Carretera de Circunvalación, esa Gran Señora que es la Catedral de Santa María de la Asunción sigue coronando el caserío de una ciudad, Jaén, que la tiene como su mayor orgullo. Que todo queremos que sea Patrimonio de la Humanidad es incuestionable. Pero también lo es que si no le otorgan tal título, la Catedral seguirá siendo lo que siempre fue, una envidiable joya que, no se olvide nunca, sirvió como modelo para otras catedrales erigidas en el Nuevo Mundo.

PS. Nueva recuperación del involuntariamente inactivo blog Arco de San Lorenzo. El que aquí se reproduce fue publicado el 12 de febrero de 2014



miércoles, 10 de enero de 2018

Aquella fría noche, hace cuarenta años


Los que ya cargamos una edad a las espaldas nos convertimos un poco en el abuelo Cebolleta de los tebeos de nuestra infancia, siempre dispuestos a contar batallitas. Hoy quiero traer a este blog una historia personal. Ocurría hace justo cuarenta años. Es más, a la hora en las que tecleo estas líneas, puedo dar fe de que la noche de hace cuarenta años en Sevilla era tan fría como la de hoy, o tal vez más.
Cuento esto porque, de alguna manera, puede decirse que hoy hace cuarenta años que dije adios a mi tierra. Cuarenta años que salí de Jaén, al menos como residente censal, porque nunca me he terminado de ir y nunca terminaré de irme, aunque desde hace cuatro décadas mi vida diaria esté fuera de allí.
Fue una mañana del 10 de enero cuando un puñado de jóvenes jiennenses embarcábamos, mejor dicho, nos embarcaban medio asustados en un tren con destino a Sevilla. Íbamos a hacer la Mili, sí esa cosa tan denostada a la que muchos, al menos yo sí, debemos lo que entonces era el futuro y hoy es un grato pasado (Cosas de la vida, cada cual cuenta la feria como le fue). 
Y fue una noche del 10 de enero, como la de hoy, cuando todos pasamos (yo al menos sí) la que fue la peor noche de nuestros pocos años. Había llovido y hacía un frío infernal en el Cuartel de Logística, cerca de Torreblanca, en Sevilla. Allí nos dieron por dormitorio una tienda de campaña con una colchoneta de gomaespuma, más mojada que seca, sin almohada y tirada sobre un sueño igualmente húmedo. Allí dormí mi primera noche fuera del regazo de mi familia y allí comenzó el aprendizaje que da la soledad y el tener que buscarse las habichuelas por uno mismo.
Aquella noche, la única almohada era el petate, más duro que blando porque iba cargado de esas latas y viandas de las que las madres proveían a sus hijos para limitar las hambres (falsas) del servicio militar, al menos entonces. 
De aquella noche me quedo con muchas sensaciones, pero la que más recuerdo porque mi destino era precisamente Canarias, fue la de unos "quintos" canarios con los que coincidí en aquella tienda de campaña. Habían salido esa mañana de su cálida tierra y volaban hacia Zaragoza, ese era su destino. Y cayeron en el frío de Sevilla. Un frío que los calaba hasta el punto de que algunos de ellos, para calentarse un poco, acabaron haciéndose improvisadas "estufas" con el aceite de las latas de sardinas que sus madres les habían dado para que comieran los primeros días. Y confirmo que no les importaron las sardinas.
A la mañana siguiente, parte de aquella concentración de "quintos" peninsulares volábamos para Tenerife. Para muchos era la primera vez que subíamos a un avión. Al menos volábamos conformándonos con que nos esperaba el primaveral clima canario; aunque esa no fuera nuestra primera impresión, ya que cuando llegamos el cielo estaba cubierto, había niebla y llovía sobre la pista del aeropuerto mientras nos formaban. Todo un chasco, por lo menos temporal, hasta que comprendimos que Los Rodeos, entonces el único aeropuerto de Tenerife, era (y es) algo así como una burbuja que se escapa, empecinada, de la bonanza tinerfeña.
Mañana, dentro de un rato, se cumplen cuarenta años de esa llegada a una tierra en la que acabé trabajando y viviendo durante un tiempo y hacia la que esas y otras razones acabaron por forjar una atracción que aún hoy, treinta y seis años después de mi marcha, se mantiene intacta.



viernes, 5 de enero de 2018

Los horizontes perdidos


 Los horizontes perdidos
Cincuenta años, más o menos, separan ambas imágenes. Las dos están realizadas desde un mismo emplazamiento, en la calle Millán de Priego. Si acaso, difieren en la altura por el ligero cambio de orientación. Pero eso no es más que una anécdota en lo que significan ambas perspectivas. Jaén, sí, se ha transformado, aunque ya hemos visto en este mismo blog que a costa de hacer desaparecer edificios de gran valor histórico. Lo dijo Chueca Goitia en el libro que describía la destrucción del patrimonio español. De cualquier manera, lo que aquí interesa es la perspectiva, o la no perspectiva que marcan las nuevas y abigarradas edificaciones frente al horizonte limpio que enseñoreaba el paisaje hace medio siglo. La pauta temporal la pone el edificio de la Audiencia, los Juzgados para cualquier jiennense. Su construcción fue realizada según un proyecto de 1956. La foto a color fue tomada en 2013. La nota curiosa llega a través de la palmera del que fuera chalé de don Inocente Fe. Por suerte, es de lo poco que sigue en su sitio.

PS. Este artículo fue publicado en el blog Arco de San Lorenzo en abril de 2013. Como ya he hecho en otras ocasiones, lo recupero en este nuevo blog ante la imposibilidad de seguir alimentando aquél.

miércoles, 3 de enero de 2018

Jaén, la huella americana

Vista de la ciudad de Jaén, en Perú

Jaén, más allá del océano

De sobra es conocido, pero no está mal recordarlo, que la ciudad de Jaén tiene al otro lado del Atlántico un reflejo que hunde sus raíces en pleno siglo XVI. Está en Perú y es la otra Jaén del globo, pues tal fue el nombre que quiso ponerle su fundador, el capitán jiennense Diego Palomino, al que acompañaban en la empresa otros jiennenses que acabaron residiendo en la nueva ciudad, en cuyo trazado colaboraron.
Fue un 14 de abril de 1549, dicen que Jueves Santo, cuando Palomino plantó la Cruz en lo que con anterioridad había sido la ciudad llamada Nueva Jerez de la Frontera. Por nombre llevó, y lleva, el de la capital del Santo Reino, y por apellido tuvo el de Bracamoros, pues así se llamaban los pobladores de aquella zona. Con el tiempo, el "apellido" acabó por perderse. Hoy es la segunda ciudad más poblada del departamento de Cajamarca, si bien su emplazamiento no es el primitivo junto al río Chuquimayo, pues la humedad y la insalubridad de la zona aconsejó su traslado, cosa que se hizo hasta en cuatro ocasiones hasta quedar al norte de la confluencia de los ríos Huancabamba y Marañón, en el valle de Tomependa, a 729 metros sobre el nivel del mar. Su clima es tropical, con una media no superior a los 25 grados.
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Con todo, la fundación de Jaén en Perú no ha sido la única virtud del capitán Diego Palomino, pues a su labor militar sumó la de excelente cartógrafo, hasta el punto de que los mapas que levantó de las tierras que llegó a recorrer han sido elogiados por los especialistas por su detalle y meticulosidad. Es el caso del que recoge la fundación de Jaén y todo su entorno, que se reproduce bajo estas líneas.


Y ya en el terreno de la leyenda, habría que decir que Palomino también aparece relacionado, a veces fantasiosamente, con uno de las más emblemáticas tallas de Cristo que posee la Semana Santa de nuestra Jaén española, el Cristo de las Misericordias, de la Cofradía de los Estudiantes. Y ello porque una leyenda apócrifa, y por supuesto falsa, apuntaba que la imagen llegó de América, donde fue realizada en una caña de bambú por mandato de Palomino, que así expiaba la promesa que había hecho a Dios si salía con vida de un trance de muerte en el que se vio envuelto durante su campaña militar. Y aún aparece Diego de Palomino en otra teoría según la cual pudo ser quien enviara desde las Indias, como regalo de bodas, un retablo que ante notario declaró poseer el bachiller Gonzalo Martínez Palomino. En el testamento del bachiller, en 1598, no se menciona al capitán Palomino, pero la coincidencia de apellidos llevó al historiador local Rafael Ortega Sagrista a lanzar el interrogante de si ambos podrían ser parientes. Pura especulación en 1956,, mucho antes de que los especialistas en arte entraran en el terreno de las atribuciones y desmontaran la "teoría americana", entre otras cosas porque el Cristo está tallado en nogal, no en bambú.. 

De capataz a capataz

Algunos, bastantes, de mis años cofrades jiennenses los he dedicado a la función de fabricano, lo que en el resto de Andalucía hubiera si...